jueves, 29 de abril de 2010

el rotu de color carne.

El color de tus ojos se parece mucho al del rotulador que solía esconder cuando era pequeña, ése azul verdoso que sólo venía en los paquetes de treinta y seis. Raras veces usaba aquel rotulador, me daba miedo gastarlo. Lo escondía junto con el de color carne, otro muy preciado en aquellos tiempos, en un estuche de lata, debajo de un trapo, encima de mi armario, para que Clarita no me los quitara. Ella siempre se las ha arreglado muy bien para perder sus cosas, las mías y las de los demás.

El estuche de lata desapareció en mi primera mudanza. Lo busqué durante muchos días, sin suerte. Clarita me juraba una y otra vez que no lo había cogido. Mi madre no recordaba haberlo visto jamás.

- Mi estuche de lata, el estuche de lata gris –le decía yo–, estaba debajo de un trapo, encima del armario.
Mi padre no se enteraba de nada:
- Pero ¿qué es lo que se ha perdido?
- Pues el rotu de color carne.
- Vaya por Dios, que se le ha perdido el rotu de color carne…
- Y otro azul…
- Vaya por Dios… No uno, sino dos…

Y le sonreía a mi madre. Él siempre le sonreía a mi madre cuando me pasaba algo malo. Tenía el tic.

- Pues si no aparecen, ya aparecerán cuando menos lo esperemos –recuerdo que gritó mi madre–. Y cuando se pueda, se compran otros, y si no, le pides a Clarita que te deje sus rotuladores, que ella tiene muchos y no los pierde. Hay que cuidar las cosas.

No es necesario que te diga que eras tú lo que había dentro del estuche que se perdió en aquella mudanza. Los ojos, la piel. Eras tú.

MARÍA SILVENT